Desde que
surgió la máquina, la industria no ha dejado de evolucionar. La Primera
Revolución Industrial comenzó a mediados del siglo XVIII, la segunda en el
siglo XIX, pero ¿estamos ya en la tercera? En mi opinión la respuesta es
contundente, comenzó al final del siglo pasado.
Para que
exista una revolución industrial, deben producirse tres acontecimientos
básicos. El primero es la existencia de una explosión tecnológica, el segundo,
una variación en la forma de trabajar, y el último un cambio social importante.
Estas
características se dieron en las dos primeras revoluciones industriales. En la
primera, que comenzó en Inglaterra, surgió la máquina y con ella las empresas y
la figura del empresario. Emergió la cultura obrera, las personas comenzaron a
trasladarse a los centros de trabajo y el clan familiar se fue desmembrando
poco a poco.
Como
consecuencia de los grandes adelantos científicos del siglo XIX, surgió la Segunda
Revolución Industrial. Esta derivó en un cambio importante en la forma
de trabajar. El norteamericano Frederick Taylor diseñó la organización
científica del trabajo, dividiéndolo en tareas pequeñas y dándole a cada
trabajador la más apropiada para ejecutarla en un tiempo determinado,
premiándole o castigándole dependiendo de los resultados.
Durante
años, las ideas de Taylor y Fayol supusieron un notable aumento de la productividad en las
empresas.
Durante el
presente siglo, más concretamente en los años 20, el australiano Elton Mayo, adoptó
un punto de vista totalmente diferente para resolver el problema del trabajo.
Eligió como lugar de investigación la planta de la Western Electric Company.
Los estudios que desarrolló allí, llevo a la conclusión de que en una organización
el trabajador es, sin duda, el elemento más importante.
Los últimos
años se han caracterizado por una explosión tecnológica llamativa en el campo
de la informática, el desarrollo de la inteligencia artificial, la robótica
industrial, el mundo de las comunicaciones y la aparición de los nuevos
materiales. Todo esto ha alterado de nuevo la forma de trabajar, y unido a la
incorporación masiva de la mujer al mundo laboral está provocando un cambio
social importante.
Hoy en día,
por los hechos comentados, es necesario cambiar en las empresas las estructuras
organizativas verticales (consistentes en muchos jefes y pocas personas en el
tramo de control de cada uno) por estructuras planas u horizontales.
La
organización vertical desaprovecha a los trabajadores, no se delega la
suficiente responsabilidad en ellos. En mi opinión, la única manera de afrontar
el futuro en todas las empresas u organizaciones es tendiendo a una
organización horizontal, donde haya pocos líderes (de gran calidad) y muchas
personas debajo de su nivel jerárquico.
Esta es la
única manera de aprovechar el potencial creativo de todos, trabajando en
equipos multidisciplinares y autogestionados, al mismo tiempo esto es un factor
motivador importante y una participación masiva de los empleados en los
objetivos de la organización.
Lo que más
cuesta cambiar es la mentalidad de las personas: los jefes deben aprender a
delegar, a dar autonomía plena. Esto es bastante más difícil de lo que parece,
es una cultura que se debe adquirir poco a poco. Por supuesto, la persona en la
que se delega debe asumir esa responsabilidad dando confianza a su jefe,
cumpliendo los objetivos establecidos.
En la
actualidad las empresas se encuentran con un mercado rico y saturado donde prima
el servicio al cliente. Esto les obliga a ser cada día más flexibles y dar
respuesta inmediata a la demanda. La única forma de poder ser eficaz es que
todos sus empleados trabajen con responsabilidad y sean mutifuncionales.
Navegar en
el entorno turbulento actual, difícil e inestable por la alta competitividad
existente es complejo. La planificación de cada ejercicio empresarial debe
contemplar todos los años una mejora en eficiencia y eficacia respecto al
ejercicio anterior con las mismas personas, e incluso en ocasiones con menos.
Se estrechan
los ciclos de vida de los productos ante la necesidad de satisfacer al cliente,
que se ha vuelto caprichoso, y también para no dejar reaccionar al competidor.
Se aplica de continuo la reingeniería de procesos con objeto de lograr la optimización del costo, la máxima calidad del producto y el mejor servicio, ya que cada ejercicio los costos de salarios, materias primas y energía eléctrica aumentan al ritmo del costo de la vida.
Se aplica de continuo la reingeniería de procesos con objeto de lograr la optimización del costo, la máxima calidad del producto y el mejor servicio, ya que cada ejercicio los costos de salarios, materias primas y energía eléctrica aumentan al ritmo del costo de la vida.
Las empresas
disponen de lo mejor en el campo técnico: computadoras, maquinaria avanzada y
procesos altamente mecanizados, pero los triunfos o fracasos de las empresas
dependen de las personas. Su valor es más importante que nunca.
Las personas
son el principal activo de las organizaciones, por encima de los activos
materiales y financieros. Son las mentes creativas de las que depende todo el
proceso industrial: diseñan el producto, gestionan los aprovisionamientos,
planifican la producción, controlan el proceso y la calidad, comercializan los
productos y establecen los objetivos y estrategias de la organización.
Las personas
son la clave para que las empresas, sujetas al cambio continuo, puedan lograr
sus objetivos en el mercado competitivo de hoy.
La
competitividad nos ha hecho asistir a la quiebra de muchas organizaciones
empresariales. Pero otras se consolidan y emergen con pujanza: se trata de
aquellas que un día decidieron afrontar el reto de cambiar su modelo de
organización y apostar por las personas.